Un angelito que se va

Puta madre. Este niño me ha puesto la piel de gallina esta mañana y llevo todo el día con un nudo en la garganta. Es cierto, y los que me conocen lo saben, que soy de lágrima fácil, pero creo que hasta a mi adorado Joaquín Sabina («No soy una fulano con la lágrima fácil», reza su canción La del Pirata Cojo) se acongojaría con esta historia.

Se trata de Brenden Foster, un niño al que le diagnósticaron leucemia en diciembre del año pasado y quien, desde entonces, está postrado en una cama. Todos los tratamientos que ha probado han fallado; todas las soluciones que han buscado los médicos han sido infructuosas, y ahora, este angelito de 11 años, se nos va. Los médicos le dieron dos semanas de vida, las cuales se cumplieron ayer… sigue entre nosotros, pero cada vez un poquito más cerca del abismo.

Y es una pena. Con 11 añitos, Brenden tiene más ganas y más derecho a vivir que muchos de los que rondamos por este mundo sin ton ni son. A su corta edad, oirle hablar es una delicia. Tiene la sensibilidad de un adulto, pero además cuenta con un raciocinio inusual para cualquiera, sin importar la edad, que se pueda encontrar en sus últimos días de vida.

Volviendo de una de sus visitas médicas, pasó junto a un campamento de vagabundos conocido como Nickelsville, en su ciudad natal de Lynnwood, WA. Fue entonces cuando pensó que seguro que esos desgraciados tendrían mucha hambre, y le pidió a su madre si podían preparar 200 sandwiches para llevárselos antes de que muriera.

El chico pensó incluso en que la mitad deberían ser de matequilla de cacahuete y mermelada, y la otra mitad de jamón y queso… porque quizás alguno de ellos erá alérgico a los cacahuetes.

Ojalá que disfrute sus últimos días en este mundo, y que su familia no sufra la perdida de tan impresionante ser.

Seguro que allá donde vaya a parar hara lo mismo que intentó hacer aquí: que los que estén a su alrededor estén mucho mejor.