Decía Marcelo Bielsa hace años, cuando era el técnico del Espanyol, que Iván Helguera funcionaba a la perfección de mediocentro o de defensa central, porque «sacaba la pelota muy aseada». Quizás por eso Helguera no funcionó en su temporada en el Calcio, donde lo que se busca es músculo y sudor, y donde los que la tocan en el medio (entre ellos el hoy quasi santificado Pep Guardiola) sufren bastante.
Por ahí, por el saber o no saber sacar la pelota aseada desde atrás empieza el problema de este Real Madrid mourinhano. Al equipo del portugués no le falta sudor, no le falta la pierna dura, ni el buen toque cuando amerita. Tampoco le falta concentración, ni velocidad y desborde arriba. Desde luego no le falta pegada y, mucho menos, seguridad bajo palos. Lo que si que le falta es buen criterio al sacar la pelota jugada desde atrás. Falta gente que, como Helguera, sepa «sacarla aseada».
Es lo que hay, y contra eso no se puede hacer nada. Ya sea por condición (falta de recursos, que diría mi hermano) o por obligación (esa mania por llegar arriba en cuantos menos toques posibles), la cuestión es que el Real Madrid, en estos momentos, no puede comenzar a armar el juego desde atrás.
Pepe es el jugador que más y mejor lo puede hacer, pero en ocasiones abusa del pase largo, el cual no es su fuerte. Sin duda, el portugués es quien debe dar un paso adelante en este sentido, al menos de cara al futuro más inmediato. Carvalho es un buen escudero, un gran marcador diría yo, que hace de su buen posicionamiento en el campo su mejor arma, pero se le descubren carencias a la hora de defender a cuerpo descubierto. Esto ocurre en el Real Madrid las más de las veces y es un mal endémico que se ha llevado por delante a centrales por otros lares mitificados como Samuel, Cannavaro o Heinze.
Luego está Albiol, caso aparte. Por planta, por progresión, por técnica, debería ser el jugador con más papeletas para liderar la defensa blanca del futuro junto a Pepe. Pero su carácter retraído y su falta de liderazgo le ha jugado una mala pasada esta temporada. Justamente, en el año en el que ha tenido en el banquillo a un capitán de barco que premia, sobre otras cosas, la gallardía y el saber dar la cara en todo momento, Raúl ha decepcionado al no saber (o no poder) dar ese paso adelante. Auguro que el valenciano hará carrera en el Real Madrid, como hicieron otros muchos jugadores que jugando el 70 por ciento de sus minutos de forma decente, y sin levantar la voz, lograron estar en el club muchísimos años, pero no creo que jamás logre ser el titular indiscutible que se esperaba de él hace sólo año y medio.
Garay, por su parte, es un caso extraño. Las lesiones le han maltratado, pero siempre que ha jugado ha dado el cayo. Jamás ha cometido un error, sabe presionar al delantero rival igual que aguantar la marca en velocidad, y tiene un gran disparo de larga distancia (10 goles de media en sus temporadas en el Racing de Santander, la mayoría a balón parado). Sin embargo, Mourinho parece no contar con él y su futuro se presume lejos del Bernabéu.
Con esto, y con lo poco que ofrece el panorama de centrales de calidad, parece que el mercado de fichajes del verano que está a la vuelta de la esquina se enfocará (más allá del tan necesario como deseado cerebro para la medular) en la contratación de un lateral derecho de garantías. Así, Sergio Ramos pasaría a ocupar la posición de central junto a Pepe, ganando en presencia, altura, agresividad, velocidad y, sobre todo, salida del balón.
Pero, volviendo al punto inicial, más allá de los reclamos al árbitro, las denuncias a la UEFA, la altura del césped o la manita del cielo en forma de lluvia, estoy convencido que el problema del Madrid en los cuatro clásicos ha venido de atrás. La imposibilidad del equipo de armar el juego desde su propia área y el hecho de no ser capaz de sacarse la presión del Barcelona más que con un pase atrás o un balonazo, ha sido, para mí, el indicativo (si no el causante) más claro de la derrota.
Mientras cualquiera de los once jugadores del Barcelona genera fútbol desde cada rincón del campo, en el Madrid, sólo 3 o 4 jugadores son capaces de tal elemental gesta. Esto fue lo que empujó al equipo a obcecarse en despejes desde su propia área sin ton ni son. Balones perdidos que jamás tuvieron la posibilidad de ser jugados a ras de hierba, al pie de un compañero o al espacio detrás de las espaldas de los defensas blaugranas. Balones divididos que, además, y por sorpresa, ganaban los jugadores del equipo catalan a pesar de ser considerablemente más bajos que los madridistas.
Pero más allá de estos Clásicos, el Madrid ha hecho una gran campaña. Ha ganado un Copa del Rey contra el todopoderoso Barcelona, va a quedar subcampeón de la Liga y ha caído en semis de la Champions. De cuatro superclásicos, ha ganado uno, a perdido otro y ha empatado dos, no está mal.
Abogo, obviamente, por la continuidad de Mourinho, que más allá de que caiga bien o mal ha conseguido cohesionar al equipo, ha sacado lo mejor de jugadores como Marcelo, Di María, Benzema, Ozil e, incluso, lo poco que se ha visto de Kaká en su paso por el Madrid. Mourinho, por todos es sabido, consigue mejores resultados con sus equipos en sus segundas temporadas, y aquí aun tiene trabajo por delante. La mejor noticia la dio él mismo después de ganar la Copa del Rey: «El equipo no necesita una revolución para el año que viene. Sólo necesita retoques, y seguir incidiendo en los conceptos que se han puesto en practica este año».
Pues eso, un lateral que permita a Sergio Ramos jugar en el centro de la defensa y dé descanso a Carvalho, un cerebro para enlazar a Ozil con Xabi Alonso, y poco más. El resto, deberá cambiarse sobre el campo de entrenamiento, automatizar los movimientos en ataque de la misma forma que se han mecanizado los defensivos, ensayar jugadas a balón parado para explotar la superioridad física del equipo y concienzar a los jugadores que el juego directo y la posesión del balón no deben, ni pueden, vivir enfrentados.
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