Finding Nemo

Hace tiempo, y con muy mal gusto en mi modesta opinión, el diario Marca utilizó la siguiente portada para ilustrar la camaradería y el buen rollo que se había instalado en el vestuario madridista de camino a la «tormenta de clásicos» de la primavera pasada.

En ella, el alemán Mesüt Ozil se veía reflejado como el líder de una quinta donde todos se llevaban bien y se ponían motes cariñosos. Algunos rebuscados, otros simplones, la mayoría denotando grandes cantidades de mal gusto. Pero la cuestión es que Ozil era el líder, el que tiraba del carro, la estrella… y su mote era NEMO.

Bien. Pues hoy, 8 meses después, Ozil no está. Su calidad sigue intacta. Nos la muestra por cuentagotas, y la hemos visto en partidos con su selección, pero el jugador, el hombre, no está. No se sabe bien el motivo, pero Mesüt camina –vaga, mejor dicho– por el campo como alma en pena. El alemán no participa ni del juego ni de la finalización. Se esconde, no busca el desmarque, ni al compañero mejor habilitado. No arriesga con pases entre líneas, ni verticales, y es desesperante verle intentar los controles inverosímiles que antes de ayer era capaz de enebrar con los ojos cerrados, y que hoy le hacen parecerse más a un muro de colegio en el cual rebotan los balones para salir despedidos sin pausa ni dirección.

En Madrid corren los rumores de que a Ozil le ha afligido el «mal de Snjeider». Es decir, que un chico de 23 años, que llegó de la fría ciudad de Bremen con su mujer el año pasado y se dedicó a intentar ser la batuta de uno de los mejores equipos del planeta, de repente se ha visto divorciado en la cosmopolita capital española, y con demasiados lugares más apetitosos que su cama donde pasar las noches. Es gracioso pensar que las juergas nocturnas puedan influir tanto en el rendimiento de un jugador, pero en el Real Madrid, y al mismo tiempo, se dieron los dos casos: dos grandes jugadores –salvando las distancias–, con técnica de sobra y clase que se les salía por las orejas; Guti y Zidane. A uno le tiraba la noche y llegó a comentar que él se veía en una discoteca «ahora» (a los 30) y no con 60 años. El otro, un monje tibetano poco menos, se dedicaba a entrenar, a cuidar su cuerpo, a disfrutar de su familia y a su trabajo. Practicaba yoga todas las mañanas, y meditaba a medio día. Zidane ganó un Mundial y llegó a la final de otro. Como jugador de fútbol lo ganó todo, tanto en la Juve como en el Madrid. Guti ganó 3 Copas de Europa sin jugar un minuto en ninguna final, y salió por la puerta de atrás para irse al Besiktas. Esa es la diferencia.

Yo no sé si Ozil tiene el «mal de Snjeider» (otro caso de descarrilamiento futbolístico a causa de la noche madrileña), pero lo que si es cierto es que a Mourinho le toca encontrar a Nemo. En un mediocampo como el madridista, donde no afloran los jugadores habituados al toque y al buen manejo del balón, que Ozil no esté enchufado es un peligro. Ayer, durante el partido contra el Barcelona, se dieron mil historias, y todas contribuyeron a un nuevo repaso blaugrana. Muchas apuntarán a Mou, a Ronaldo, a la falta de presión en el mediocampo, al esquema, a Coentrao, e incluso al bueno del delegado de campo, Agustín Herrerín. Pero yo creo que el problema fue, claramente y por encima de ningún otro, el hecho de que el Madrid jugó 70 minutos con un jugador menos.

Y no una pieza cualquiera. Un equipo (no contra el Barcelona, precisamente, pero en general) puede darse el lujo de ganar un partido con un jugador que no rinde a su plenitud. Un partido en el que tu lateral tenga un mal día y se coma tres amages que resulten en dos goles, se puede ver contrarrestado por una gran actuación de tu estrella, que puede marcar un hat trick sin despeinarse. Pero fallar en la posición de Ozil, y contra el Barcelona, es demasiada tara.

El equipo de Pep llegó a aglutinar a 6 jugadores en el medio campo. Por las bandas, Iniesta y Álves ensanchaban el campo, por delante de la defensa Sergio echaba el ancla ante los centrales. En los interiores, Xavi y Cesc permutaban sus posiciones sin parar, al unísono, balanceados. Siempre se decolgaba alguien, hacia arriba o hacia abajo. Todos los rebotes, despejes, salidas del balón, encontraban puerto en el que encallar… y luego estaba Messi. Sin tener su mejor partido, como en los dos de la Supercopa, su superioridad es tan obvia, que rompe cualquier esquema y consigna táctica rival. Además, enfrentando al Madrid no tiende a empantanarse tanto como cuando visita los campos de Granada, San Sebastián o Getafe, por otro lado, algo totalmente normal en un ser humano. Pero lo dicho, 6 jugadores (4 campeones del Mundo, el lateral titular brasileño y el mejor jugador del planeta. O sea, no 6 cualquieras…) rondaban un medio campo en el que cual el Madrid intentaba imponerse con el estratosférico Xabi Alonso, que encima ayer no tuvo su día, y el peleón Lass (poco más que añadir).

No hay que ser un gran entendedor de fútbol para entender la ecuación de segundo de primaria que se nos presentaba: Si en una guerra un bando tiene 6 y el otro 2, ¿quién tiene más posibilidades de ganar?

Y en todo esto, ¿qué tiene que ver Ozil? Todo. O mucho, mejor dicho.

Porque Ozil es el jugador que tiene que aguantar el balón. Además, en un partido en el que tienes la suerte de ponerte por delante en el marcador a los 22 segundos de partido, es a un jugador como Ozil a quien tienen que llegar el 90% de los balones. ¿Recuerdan la final de la Copa Intercontinental del año 2000, Boca Juniors – Real Madrid? Los argentinos se adelantaron, dos goles en cinco minutos, y luego el Madrid fue mejor y llevo más peligro al arco rival, pero Riquelme, el diez, el que mandaba, pidió la pelota, la pisó, la movió, la escondió, así hasta que acabó el partido. Bianchi sabía que no se podía enfrentar en el cuerpo a cuerpo al Real Madrid, y el partido se le pusó de cara, como ayer al Madrid. La única diferencia fue que su jugador clave, el que tenía que destatacar, destacó. Dio el paso al frente y se acabó llevando la gloria. Ozil ayer, y ya son muchos los partidos importantes en los que se borra, no estuvo.

Y si estuvo, se escondió. Sin él, el equipo naufragó en el medio campo. Benzema hizó un partido primoroso, demostró su calidad, se ofreció, se desmarcó, no perdió un balón y siempre creó peligro, pero no tuvo un lazo con esos dos cortavientos en que se convirtieron Xabi y Lass. Ronaldo andaba peleándose con si mismo y Di Maria fue todo esfuerzo y nada de acierto, justo en el partido en el que más pausa se necesitaba de él, asi que poco o nada quedó del ataque Madridista.

Obviamente, Mourniho tiene trabajo por delante. El problema del equipo ante el Barcelona parece más sicológico que otra cosa. No se puede explicar de otra forma que un equipo que anda con paso tan firme por todos los campeonatos, que apenas concede goles y que apabulla a sus rivales a goleadas, se encontrara con todo de cara para ejecutar al Pep-Team y acabara derrumbado.

Lo dicho, mucho trabajo para Mourinho, sobre todo anímico, del que le tocó hacer con Benzema o Kaká, hoy recuperados para la causa. Le vendría bien alguna sesión con Marcelo, con Coentrao, con CR7… pero sobre todo con Ozil.

Él es el eslabón perdido en estos momentos.