Un mundo de juicios

Siempre he dicho que me parece que la inmediatez en el fútbol, como en la vida, no conlleva a nada bueno. Hoy escuchaba la radio, después que el Real Madrid ganara 7-1 y el Barcelona empatara, a última hora, 2-2, y me quedé muy sorprendido.

Primero, me sorprendió que los que llevan siglos criticando que el Madrid es un equipo hecho a base de talonario que no juega a nada, después de un mes de brillar contra equipos de medio pelo aseguran que es algo así como el Milan de Sacchi.

Después, me sorprendió que los mismos que hace dos meses aseguraban que el Barcelona no tendría quien le parara, que si viniendo de la playa le ganaban a un Madrid mucho mejor preparado qué no iban a ganar este año, y todas esas cosas, ahora dicen que: «Bueno, es muy pronto para hacer aseveraciones. Los partidos no se pueden criticar uno a uno, sino en conjunto, porque un equipo siempre puede tener un mal día». No entendía lo que estaba pasando. De un día a otro la gente se contradice, y nadie pone el grito en el cielo. ¿Estamos prestando atención?  Uno de los comentaristas acabó sugiriendo entre risas que, si no se puede debatir después de cada partido, mejor que cierren la radio y se vayan a su casa. Y ese es precisamente el problema. Parece que es el todo o nada. O decimos tonterías o no decimos nada. ¿Y el criterio donde queda?

Hace un tiempo abarqué este conflicto en mi entrada titulada, Periodismo Deportivo: Dónde dije digo, digo Diego, en el cual alegaba que la gente (y el periodismo) esta incitada a emitir juicios inmediatos, sin tiempo de reflexión ni para formular opiniones friamente. Es todo muy light, como suele decir Menotti. El periodismo hoy en día se está perdiendo en un mar de facciones de legionarios de uno u otro bando, pero faltos de ideología propia. Hay mucho amiguismo, y como no, un amigo siempre lo va a hacer bien… aunque lo haga mal. Es un poco el problema de estos tiempos que corren, de nuestra sociedad, que las personas sólo parecen mirarse al ombligo, y nada más. Que hay mucho miedo al que dirán y que la gente no suele ir de frente.

Ojo, también entiendo que quizás esto ha ocurrido toda la vida, pero como antes no había forma de corroborar lo que el otro había dicho un mes atrás (los periódicos se tiraban, los audios de las radios no llegaban a tanta gente ni se grababan en ordenadores, no había emails ni blogs ni twitters…), pues todo quedaba un poco en el aire; como las historias que contaban los juglares de pueblo en pueblo, y que si la escuchabas tres veces, ninguna era exactamente igual.

En este sentido, no soy muy romántico. Más bien pragmático, y casi cínico. Yo no digo que un periodista salve vidas; tampoco que sea más importante o menos que un bombero o un doctor, pero sí entiendo que el periodista tiene una responsabilidad. Y esa responsabilidad, que yo aprendí en la universidad y otros en la vida misma, es la de informar, pura y duramente, sin miramientos y con objetividad. Está bien que la objetividad es algo muy subjetivo (tiene gracia, ¿no?), pero hay que intentar buscarla. Y si no se puede ser objetivo, al menos hay que intentar ser honesto, pulcro y verídico, cuando menos. Por que, obviamente, es imposible que te guste el deporte y no ser hincha de tal o cual equipo, pero cuando tu amor por unos colores te lleva al punto de quedar cegado ante la realidad, es el momento de llenarse de introspección y dar un paso al costado. Veo hoy en día en los medios (de manera exponencial, además, por culpa de Twitter, Facebook, y la proliferación de espacios deportivos en blogs, televisión y radio) una peligrosa tendencia a barrer cada uno para su costado, y la gente (el consumidor de los medios) parece haberlo aceptado.

Es decir: uno ya no se lee un periódico para que le digan lo que ha pasado. No. El periódico ahora se hace teniendo en mente lo que el lector quiere leer. Vamos, que no importa lo que haya pasado en realidad, si el lector lo que busca es noticias bonitas, rosas o amarillas, del Madrid, toma que te doy (Sahin hace un partidazo en secreto, Varane espectacular, Los motes del vestuario blanco, etc.) Y si lo que quiere es leer sobre la obra y milagros del Pep-Team, pues a un empate en el último minuto sobre un campo mojado lo titulamos «Baño de Fútbol», y todos felices.

Lo peligroso de esto, y lo digo de forma totalmente seria, es que apunta a la confusión. Yo ya no sé donde leer las noticias que de verdad son la verdad. Uno solía tener como referencia de buena prensa a El País, en España, pero hace tiempo que este periódico se ha convertido en una caricatura de lo que fue. Cabe decir que sigue siendo (para mi humilde entender) de lo mejorcito que sale de la península ibérica –mejor al menos que el infumable El Mundo o el ideario del Opus Dei, ABC— , pero la sección de deportes, por ejemplo, ha quedado totalmente desprestigiada desde hace casi un lustro.

La redacción encabezada por José Sámano y con grandes plumas como John Carlin, Cayetano Ros, Ramón Besa o Diego Torres, se ha convertido en un panfleto de alegoría al F.C. Barcelona, y en el magazín propagandístico más enquistado en contra de todo lo que huela a José Mourinho (ojo, no contra el Madrid, sino contra Mourinho y sus secuaces). El señor Diego Torres, para ser más exactos, ha emprendido una guerra sin cuartel contra el preparador luso, su agente, los jugadores que este a su vez representa y, casi, contra toda la nación portuguesa. Mucha guasa (y es que ya parece broma el empecinamiento) tiene la desidia con la que se esplaya sobre Fabio Coentrao día tras día; un tipo que, además, parece buena persona, y que quizás su único pecado sea haber sido fichado por 30 millones de euros, y teñirse el pelo con unas mechas horribles. ¿Pero qué se le va a hacer? Quizás esta gente esté simplemente luchando por mantener su trabajo y se vean esclavos de un cruel editor sin cara, ni firma, que les azota con un látigo para que sigan su malvada línea editorial. ¿Quién sabe?

La cuestión es que escuchando el debate en la radio española esta tarde me puse a pensar de nuevo en el mal estado del periodismo hoy día. No sé si hace 40 o 50 años las cosas eran también así, pero sí tengo claro que hoy hay demasiados intereses de por medio. Hoy todo el mundo está vendiendo un producto. El periodista ya no informa, te vende su información, y esta tiene que ser mejor que la que te vende la competencia, más rápida y, además, del tipo y modo que más le convenga al lector/oyente/televidente.

Así, acabamos en el camarote de los hermanos Marx, pues como decía Groucho: «Yo tengo mis principios, pero si no le gustan tengo otros».

Son esas prisas por dar la información antes que nadie, aunque sea de forma rápida y poco mesurada , justamente, las que me parecen que desatan la locura.

De manera tal que incluso los buenos periodistas, como mi amigo Diego Pessolano, pueden cambiar de parecer en sólo un mes y diez días, para pasar de opinar que un equipo que Sin Cristiano Ronaldo Es Uno más –dedicándole un análisis pieza por pieza al equipo, a cada cual de menor valía, en su parecer– de repente es una «naciente máquina de fútbol«.

Y lo mejor es que no creo que el análisis de mi compañero sea erróneo. Al fin y al cabo, es su opinión, y al ser suya, tiene todo el derecho del mundo a cambiarla. Pero lo que si rechina es la inmediatez del juicio. Un equipo después de un mal resultado siempre parece más malo de lo que es, y después de una victoria, mucho mejor de lo que deberíamos creer. Por eso, me parece demasiado severo opinar que un jugador es tal o cual cuando todo va bien, y cual o tal cuando todo va mal. Quizás, hubiera sido más acertado opinar que un equipo a un mes del arranque de liga aun no está del todo engrasado y que 40 días después comienza a dar pruebas de lo que puede llegar a conseguir en la temporada, pero claro, las medias tintas no se llevan.

Pongo a un amigo como ejemplo, como antes puse a mi hermano, porque me parecen de lo mejorcito del panorama periodístico y porque me gustar discutir de fútbol, trabajo y de la vida con ellos, pero el mensaje afecta a la mayoría de la gente que transita los medios.

No creo que un partido, dos, tres o un mes de buen fútbol, marque el «renacer» de un equipo; al igual que el arranque ralentizado de un equipo que lo lleva ganando todo hace tres años, no señala que les esté costando mantenerse en lo más alto. Está bien opinar, apreciar, destapar símiles en trayectorias pasadas o lanzar hipótesis basadas en el conocimiento del club, de quien lo forma o del deporte en general; pero de ahí a las aseveraciones va un mundo y lo malo de estas, como venía diciendo antes, es que son peligrosas.

Son peligrosas porque, sobre todo hoy día, una mentira repetida mil veces se convierte en realidad. Hoy, los periodistas y los comunicadores tienen mayor alcance y cercanía a los lectores, oyentes y televidentes que jamás en la historia, y esto es muy peligroso. Porque, de repente, mi aseveración sobre que menganito o fulanito es tal o cual, se convierte en la opinión generalizada, pues «los que saben» (o sea ‘yo’, que salgo en la tele o que tengo 10,000 seguidores en Twitter) así lo aseguran. Y lo cierto es que sólo por tener un micrófono delante, o salir frente a una cámara, no se «sabe» más que otra persona. Se puede decir que el que sale en televisión, radio o escribe en un periódico hace algo mejor que el común aficionado, una labor de comunicación que conlleva una preparación y una ética de trabajo que no todos tienen, pero el poder de análisis, de disección objetiva de una situación y de formulación de una opinión es totalmente libre y está a disposición de quien la quiera ejecutar. En este apartado, me parece espectacular lo que hace Martí Pere Arnau en su blog: opiniones personales, bien fundadas, respetuosas y análisis tácticos alejados de forofismos, palabras altisonantes y adjetivos innecesarios. Chapeau!

En fin, que hoy en día todos tenemos (prácticamente) el mismo acceso a la misma información […], y podemos hacer con ella lo que queramos. Pero como aficionado y periodista, creo que sería mejor trabajar con un poquito más de mesura y objetividad, alejándonos lo más posible de los extremismos y de las sentencias cada veinte minutos.

Aunque parezca mentira, el negocio, y quizás el mundo, sería por ello un poquito mejor

PD: […] excepto algunos adelantados, como el propio Diego Torres en El País, por ejemplo, que aseguran tener fuentes secretas que jamás destapan (y que como periodista está en todo su derecho de hacerlo) aunque con ello reste todo tipo de credibilidad a su trabajo.