Memorias de un Mundial
Por Alfonso Duro
Cubrir un Mundial es el sueño hecho realidad de cualquier periodista deportivo, pero hay formas y formas de cubrir el evento futbolístico más importante del planeta. Por eso en ESPN Deportes decidimos que nuestra cobertura sería un híbrido entre la experiencia de un periodista y la de un aficionado. Con recursos mínimos y todos los contratiempos que se le pueden presentar a cualquier seguidor que acude al Mundial, pero contando con una credencial de prensa que siempre lograr abrir alguna puerta de más, a continuación te narramos como transcurrió esta aventura de 30 días por Alemania.
La idea surgió nada más confirmada mi acreditación al Mundial de Alemania 2006. La oportunidad de cubrir el evento de la forma clásica —con habitación de hotel en una ciudad declarada base, con automóvil para los desplazamientos largos, con partidos a los que no es necesario acudir y así disfrutar de algún día libre y con tiempo para realizar tres comidas al día— existía. Sin embargo, mi espíritu aventurero me llevó a presentarle a mi editor jefe un plan para cubrir el Mundial de una forma un tanto menos ortodoxa. El primer dato que hizo que se me encendiera la bombillita fue un email que recibí por parte de la FIFA en la que informaban a la prensa que el transporte en las 12 sedes del Mundial sería totalmente gratis. Esto incluía metro, tranvía, autobuses y la Deutsche Bahn, la red de ferrocarriles más confiable de Europa.
Así, decidí plantear la siguiente cobertura: el viaje a Alemania duraría todo el mes, la meta sería visitar todas las sedes y ver el mayor número posibles de partido (a poder ser uno por día), los viajes entre ciudades los realizaría por la noche para aprovechar los trenes y dormir, y todo lo necesario para realizar la cobertura lo llevaría en una mochila… nada de venir con ropa para todos los días y trajes para los eventos especiales. La esencia era la de hacer un viaje al más puro estilo mochilero, pero con la oportunidad de ver un gran número de partidos del Mundial y palpar de verdad como se vive un Mundial fuera de la tribuna de prensa y del centro de trabajo de los estadios.
Llegada a Alemania y manos a la obra
De esa forma, aterricé en Munich con una mochila de 30 libras a cuestas el día 8 de junio. Puesto que no tenía que ir a hacer ningún tipo chequeo en un hotel, me dirigí al IBC donde pasarían los siguientes 30 días la gran mayoría de colegas de radio y televisión. Precisamente allí había instaurado la FIFA el centro de acreditaciones principal y se llevaba a cabo un proceso que todos los miembros de los medios tuvimos que pasar: desde Diego Armando Maradona, quién comentó partidos para un canal de televisión español, hasta un servidor.
Una vez que tuve la credencial en mi posesión, ya contaba con la posibilidad de entrar a todos los estadios (aunque no me aseguraba una entrada a la triubuna de prensa) y de viajar por todo Alemania sin tener que pagar.
Mi siguiente destino fue el Allianz Arena de Munich. Este estadio, construido específicamente para la ocasión y regentado por el club local Bayern Munich, es una obra arquitectónica impresionante que en su exterior forma un óvalo de fibra de vidrio transparente. A plena luz del día la estructura es de color blanca, pero por la noche las luces hacen que el estadio tome diferentes tonalidades. Además, al estar ubicado en lo alto de una colina a las afueras de Munich, hace que verlo por la noche sea una postal inolvidable; como si se tratará de un antiguo castillo que protege la ciudad de algún ataque enemigo.
El jueves 8 de junio todo el personal del estadio y de la FIFA andaban como locos preparándose para la gran ceremonia inaugural del día siguiente. Todo debía estar en su lugar, y mientras los bailarines practicaban en el aparcamiento la coreografía de sus piezas musicales, los encargados de la cocina preparaban los restaurantes y los salones VIPs, y los jugadores de Alemania hacían el reconocimiento del campo y una suave sesión de entrenamiento.
Una de las diferencias con los mundiales anteriores que más comentaban los periodistas allí presentes era que en Alemania nada era gratis. Desde el acceso a Internet en las salas de prensa, puesto a disposición de los periodistas a un precio más que prohibitivo, pasando por la comida, hasta el café y el agua, en este Mundial íbamos a tener que aflojar el bolsillo para poder meramente subsistir.
Sin embargo, si en algo se destacan los alemanes por encima del resto es en su organización. Grupos de casi 100 voluntarios por estadio estaban dispuestos en todo momento a ayudar tanto a los aficionados como a los periodistas. Pero estos no eran voluntarios cualquiera. Estos jóvenes, chicos y chicas en su mayoría de entre 20 y 30 años, hablaban, por lo menos, inglés y alemán, y además estaban al tanto de todo lo que ocurría en el estadio en cada momento.
Precisamente, en Munich conocí a Ana, una voluntaria española de padres Alemanes que nos ayudó a mí y a un grupo de periodistas ecuatorianos a acceder al estadio para ver el entrenamiento de Costa Rica, el cual estaba programado a las 6:30 PM, justo después del de Alemania.
La primera noche en Munich me puse en contacto con unos viejos colegas de un canal de televisión estadounidense y fuimos a cenar al centro de la ciudad. Una de las comidas que más se encuentra en este país es el dönner kebab. Esta especialidad turca es una de las comidas favoritas de los turistas y por sólo 3 euros es una opción más que aceptable para matar el hambre. Tras la cena, nos dispusimos a dar un paseo por la ciudad. El Marienplatz, la plaza central de Munich, adornada con su imponente Catedral de las Vírgenes, es un espectáculo cuando está iluminada de noche y, además, el día antes de la inauguración vibraba con los miles de aficionados que habían llegado hasta aquí desde todos los rincones del planeta.
¿Arranca la aventura?
La primera noche en Alemania tuve que hacer uso de mi preciado saco de dormir. Fue una de las primeras cosas que metí en la mochila y la verdad es que resultaría una de las mejores inversiones que he hecho en mi vida. Mis amigos me ofrecieron dormir en el suelo de su habitación de hotel durante la noche previa a la inauguración y, pensando en lo que se me avecinaba en los siguientes 30 días, decidí que un techo para pasar la noche y la posibilidad de una ducha caliente –quién sabía cuando volvería a poder ducharme de nuevo– me vendría muy bien.
A la mañana siguiente paseé de nuevo por Marienplatz y me fue imposible encontrar un lugar para desayunar. Más de 10,000 personas inundaban el centro de la ciudad coreando los cánticos más típicos de Alemania, de Costa Rica e, incluso, de México, puesto que algún aficionado del Tri llegó antes de lo previsto al Mundial y no se quiso perder la fiesta del primer día.
Ya en el estadio, la ceremonia inaugural dejó mucho que desear. Quizás jugó en su contra el hecho de que se realizará a plena luz del día y que por lo tanto no hubiera show de luces ni fuegos artificiales, pero al fin y al cabo se esperaba mucho más del comité de bienvenida. Si acaso, habría que destacar el emotivo acto que arrancó la fiesta y en el que todos los campeones del mundo que continúan con vida desfilaron por la hierba del Allianz Arena, divididos por sus respectivos países, y acabaron en el centro del terreno de juego siendo aclamados por el público que abarrotaba el estadio. El único que no quiso estar presente en dicho desfile fue Diego Armando Maradona, quien según las malas lenguas sintió celos de Pelé (el astro brasileño fue quien encabezó el desfile con la Copa del Mundo en sus manos) y se negó a participar.
Una vez terminado el protocolo, le tocó el papel protagonista al fútbol. En un partido excitante, Alemania venció 4-2 a Costa Rica y dejó claro desde el principio que esta copa tenía ganas de quedarse en casa. El partido, además, rompió con la vieja costumbre de ver partidos inaugurales insulsos y que se resolvían por diferencia de un gol.
Tras el partido, tuve la suerte de que mis amigos, quienes cubrieron el mundial de la manera clásica (con hotel y coche de alquiler), se desplazaron hasta Frankfurt, donde harían base y donde, por coincidencia, a mi me tocaba ver al día siguiente el partido entre Paraguay e Inglaterra. Me ofrecieron un lugar en su auto y, de nuevo, el suelo de su habitación, así que de momento, mi aventura de mochilero me estaba saliendo bastante cómoda.
Rodando por Alemania
En Frankfurt, al día siguiente, fuimos de nuevo al centro de la ciudad, el Rommenplatz, para ver como estaban los ánimos de los tan temidos hooligans. La plaza estaba repleta de hinchas británicos quienes a las 9 de la mañana parecían haber rebasado ya la línea que separa el estado sobrio del ebrio. Lo que sí hay que apuntar es que aunque los hinchas paraguayos brillaban por su ausencia, los ingleses convivían felizmente con los hinchas alemanes, brasileños y, de nuevo, mexicanos, que también paseaban por esta plaza en Frankfurt. Es más, mientras desayunaba con mis amigos en una cafetería, se acercó un fan inglés con alguna copa de más y pidió un café. Cuando le pregunté si había decidido dejar de tomar por el día, contestó: “¡Para nada! El café es para reponer fuerzas y, además, estoy intentando ser bueno y no meterme en problemas. Pero hoy juega Inglaterra y no puedo dejar de beber”. Y con un gruñido al más puro estilo de Tarzán salió corriendo de la cafetería con el café en una mano y una botella de cerveza en la otra.
El partido entre ingleses y paraguayos fue más bien para el olvido. Quizás fue el calor de aquella tarde en Frankfurt o quizás el estilo de juego rocoso que comparten ambas selecciones, pero la cuestión es que, tras la fiesta de buen fútbol presenciada el día anterior, este partido fue como una patada en el estomago.
Después de los 90 minutos, pensé que lo mejor que podía hacer para matar el tiempo era ir al Fan fest de Frankfurt. En cada sede, la FIFA había preparado centros para los aficionados donde podían ver el partido en una pantalla gigante, comer y beber, y por la noche, bailar hasta el amanecer. Sin embargo, de todos los Fan fests del país, el más impresionante era el de Frankfurt. La fiesta ocurría a ambos lados del Rio Rhin, y la pantalla gigante estaba instalada en una tarima en el mismo río y tenía pantallas a ambos lados. Las autoridades estimaron que el primer día pasaron por el Fan fest unas 20,000 personas, y es que el ambiente era tan imponente que muchos decidieron venir al Mundial y rodar de Fan fest en Fan fest sin ni siquiera ir a los estadios.
Cuando dieron las 12 de la noche me despedí de mis amigos y me dirigí a la estación de tren para empezar mi aventura de verdad. De toda formas, no me dejaron marchar sin antes aceptar su ofrecimiento para utilizar la ducha de su hotel cada vez que pasara por, o cerca de, Frankfurt.
En los próximos días me esperaban Nuremberg, Gelsenkirchen, Berlín, Leipzig, Hamburgo y Hanover; lugares totalmente desconocidos para mí.
De estación en estación
Mi primer viaje en tren fue algo desastroso. A las dos de la mañana salí de Frankfurt con destino a Nuremberg pensando en descansar durante el largo viaje de tren. En lo que no reparé cuando pedí mis boletos a la FIFA, tres meses antes, fue que el trayecto de Frankfurt a Nuremberg duraba poco más de dos horas. Cuando descubrí este dato decidí aprovechar bien esas dos horas y me dormí nada más sentarme en la butaca del tren. Tan profundamente me dormí que me salté la parada de Nuremberg, y cuatro más, y fui a parar a un pueblo llamado Eisenach.
Con los problemas de trasbordo incluidos, llegué a Nuremberg a las 6 de la mañana, pero la ilusión de estar cumpliendo un sueño, aunadas a las ganas por ver buen fútbol que tenía, consiguieron que el cansancio no hiciera mella en mí.
Nuremberg es una ciudad pequeña y el estadio quedaba bastante alejado, así que me fui directamente hacía allí para retirar mi boleto y ver como se masticaba el ambiente antes del arranque de México en el Mundial. Si con anterioridad había encontrado fanáticos mexicanos en Munich y Frankfurt, no cabe decir que Nuremberg parecía la plaza del Zocalo al medio día.
Aunque en Alemania hay una gran colonia de iraníes, los de medio oriente no parecían estar muy interesados en el partido, mientras que las banderas Mexicanas ondeaban por todas partes. El partido fue bastante tranquilo para México y los de La Volpe consiguieron llevarse el tramite aunque me sorprendió la tensión política que hubo en el choque. Cuando los aficionados mexicanos se lanzaron a gritar “Irak, Irak, Irak”, los iraníes respondieron con gritos de “USA, USA, USA”. Parece obvio que el partido no era de lo más excitante y por ahí se perdieron las hinchadas en cánticos sin mucho fundamento.
Después del partido, la estación de tren en Nuremberg parecía un verdadero campo de batalla. Miles de hinchas mexicanos tirados por los suelos intentaban lidiar como mejor podían con la borrachera que habían mantenido durante todo el día, aunque algunos simplemente decidieron dormir mientras esperaban la llegada de sus respectivos trenes. El mío, en este caso, iba con destino a Gelsenkirchen, donde al día siguiente jugaría Estados Unidos su primer partido ante República Checa.
Desde temprano en la mañana los seguidores de la selección de las barras y las estrellas colmaron los alrededores de la estación central de la ciudad y, entre cerveza y cerveza, intentaron como mejor pudieron disfrutar de la fiesta mundialista. Sin embargo, se notaba a leguas que el público estadounidense es todavía relativamente novato en este deporte. Mientras los hinchas checos (y las checas), que eran muchos menos pero gritaban con más ímpetu, hacían alarde de una decena de adaptaciones de canciones populares para alentar a los suyos, los aficionados norteamericanos se perdían en vagos intentos por aplacar los cánticos checos con los clásicos “USA, USA” y “Take me out to the ball game”, canción pintoresca para los juegos de béisbol, pero que carece de la fuerza necesaria para intimidar al enemigo en un partido de fútbol.
Y si poco fue lo que intimidaron los aficionados estadounidenses en la estación, menos lo harían los jugadores en la cancha, pues fueron vapuleados por los checos 3-0 y, de alguna forma, volvieron a la cruda realidad tras la euforia que crearon con su gran actuación en Japón y Corea del Sur.
Las caras de los aficionados americanos tras el partido eran devastadoras y por la noche, de vuelta en la estación de tren, conocí a un grupo de jóvenes quienes, enfundados en sus banderas estadounidenses, se quejaban amargamente de las decisiones de Bruce Arena a la hora de formar el once inicial. Tina, Katie y Nicholas, tres estudiantes de Oklahoma que llevaban dos meses estudiando alemán en Lüneburg, un pueblito al sur de Hamburgo, coincidían en que Arena tendría que haber dado paso a la juventud en este Mundial y apostar por Clint Dempsey y Eddie Jonson, pero a la vez reconocían que los checos habían sido muy superiores en todos los aspectos del juego.
En Berlín, a la mañana siguiente, fue el primer día que logré dormir más de tres horas seguidas desde que me separé de mis amigos en Frankfurt. El viaje desde Gelsenkirchen fue largo, rondando las 7 horas, pero por algún extraño motivo los trenes en Alemania no apagan sus luces por la noche, con lo que comprendí que mi idea inicial de dormir en los trenes iba a ser sumamente difícil. Sin embargo, una vez en Berlín, mientras desayunaba en la estación central, entablé conversación con Juan, un ex jugador de rugby argentino que reside en Santander, España, y que trabaja como entrenador de rugby y camarero. Mientras tomábamos un café me contó orgulloso su plan de viaje con bajo presupuesto para seguir a Argentina durante la primera ronda del Mundial. Sin embargo, al oír mí “misión” no tuvo más remedio que aceptar que era mucho más complicada que la suya.
Como todavía era muy temprano decidimos ir a conocer el centro de Berlín e hicimos lo que todo buen turista debe hacer: fotos junto a todo monumento que parezca tener cierto valor histórico, fotos junto a un balón gigante instalado por la FIFA a las afueras de la estación para demostrar que estuvimos allí y comprar una camiseta que ponga Berlín.
Tras tres o cuatro horas de paseo llegó el momento de descansar y volví a hacer uso de mi saco de dormir —Juan estaba mejor preparado pues se trajo una tienda de campaña desde España— para descansar unas horas a la sombra de unos árboles en un parque cercano al centro de la ciudad.
Después de dormir a pierna suelta y recuperar fuerzas, acompañé a Juan hasta el metro donde tenía que encontrarse con unos amigos y yo partí a buscar un lugar para lavar ropa y ducharme. No hace falta mencionar que después de dos días sin agua ni jabón no me encontraba en el estado más presentable y, a pesar de todo, en este viaje he de llegar a estadios y centros de prensa donde la higiene corporal debe ser un poco más alta que la medía de un vagabundo cualquiera. Tuve la suerte de encontrar el CityHostel, una pensión de estudiantes donde Karina, la chica de la recepción, me permitió utilizar la ducha y la lavadora sin tener que alquilar una habitación.
Por la noche en el imponente estadio Olímpico de Berlín presencié en vivo el arranque de un pésimo Mundial para los hasta entonces campeones del Mundo. El paupérrimo desempeño del Scratch fue solventado con un golazo de Kaká que puso a más de un periodista y aficionado croata de pie para aplaudir el tanto.
Esa noche en Berlín decidí “acampar” en el centro de prensa, el cual estaba operativo hasta las cinco de la mañana, y armado con mi saco de dormir me dispuse a descansar al menos 4 horas, pero una vez más la suerte no estaría de mi parte. Nada más cerrar los ojos uno de los voluntarios del centro de prensa me informó que allí no se podía dormir, por lo que tuve que irme de allí y dormir en el suelo de la estación esperando mi tren con destino a Leipzig.
En la única ciudad de la antigua Alemania Oriental que fue utilizada como sede el Mundial fui testigo presencial de dos cosas: el mejor partido hasta el momento en el Mundial y la fiesta hispano-alemana de aquella noche en Leipzig. Los chicos de Luís Aragonés dieron una lección de buen fútbol y completaron la primera goleada del Mundial al vencer a Ucrania 4-0, pero lo que de verdad fue espectacular fue la fiesta vivida en esta pintoresca ciudad tras la victoria.
Por motivos del destino perdí el último tren que me tenía que llevar hasta Hamburgo y me tuve que quedar allí hasta las 6 de la mañana. Sin embargo, esa noche no fui el único que no durmió en la ciudad pues los más de 20,000 aficionados españoles que inundaron Leipzig, se unieron a los hinchas alemanes, exultantes por su victoria en el último minuto ante Polonia, y celebraron por las calles del centro hasta el amanecer. De todas formas, lo que me sorprendió más gratamente fue la camaradería entre los aficionados de todos los países: no era raro ver a hinchas polacos y alemanes, hasta hacía horas enemigos, intercambiando abrazos y camisetas en los bares de Leipzig ni tampoco que un hincha Ucraniano felicitará con tres besos en la mejilla a uno español por el gran partido realizado.
Al día siguiente, y ya con el deposito medio vacío, llegue hasta Hamburgo después de tres horas en las que me fue muy difícil conciliar el sueño. Pero esta vez decidí saltarme las reglas y nada más llegar al centro de prensa, a eso de las 10 de la mañana, escogí el sillón más cómodo y, sin el saco de dormir para no levantar sospechas, dormí un par de horas antes del arranque del partido entre Ecuador y Costa Rica.
El partido que certificó el pase de los ecuatorianos a segunda ronda de un Mundial por primera vez en su historia fue lo más parecido a un monólogo futbolístico, pues Costa Rica pareció dejar todo su empeño y sus mejores ideas futbolísticas sobre el césped del Allianz Arena el día de la inauguración.
En el trayecto de vuelta a la estación después del partido coincidí en el autobús de la prensa con Albert Ferrer, ex lateral derecho del F.C. Barcelona y de la selección española en los años 90, y con Frank LeBouf, ex zaguero francés y compañero de Ferrer en sus últimos años de carrera en el Chelsea inglés. Los dos trabajaron como comentaristas para medios españoles y franceses durante el Mundial y andaban con cara de estar agotados tras la primera semana de Mundial. Me comentaron que no era fácil ir del partido al hotel y a la mañana siguiente hacer un viaje largo por carretera a otro partido y a otro hotel y así durante un mes. Claro, cuando me preguntaron como estaba haciendo yo la cobertura y les conté de mis largas noches en las estaciones de tren se quedaron más que perplejos y exclamaron en inglés y casi al unísono: “¡Que suerte ser joven!”.
Esa noche en Hamburgo pasé posiblemente las peores horas de mi vida. Por algún motivo en esa estación no está permitido dormir. Te puedes sentar en los asientos, pero no tumbarte en el piso (y muchos menos amagar con desenfundar un saco de dormir, como era mi intención), y tampoco puedes cerrar los ojos. Sí por casualidad ocurre este “desafortunado percance”, no tarda ni dos segundos en aparecer un señor que de muy mala manera te hace volver a un estado consciente entre gritos y empujones.
Sin dormir en la estación y después de dos horas de tren llegué a Hanover con un humor de perros y de nuevo con tres días encima sin pasar por una ducha. Por suerte en la estación de Hanover descubrí que la mayoría de las estaciones cuentan con una ducha en los baños y por 10 Euros puedes asearte durante 15 minutos. Esto sería un gran alivio para mí y a partir de ese día decidí recortar gastos en comida y aprovecharlos en las duchas de las estaciones.
Después de volver a oler como persona, me sentí revitalizado y listo para disfrutar el partido entre México y Angola. De camino al estadio me encontré con un chico mexicano quién, muy preocupado, me enseñó su entrada para el partido, la cual le había comprado a un hombre angoleño horas antes, y me preguntó si le podía confirmar que era una entrada valida. Muy a mi pesar le tuve que decir que aquella entrada era simplemente un recibo que había que canjear con la Federación angoleña por un entrada, en caso de que los africanos llegaran a semifinales. La cara del muchacho se cayó al piso, pero lo peor fue la reprimenda que le dio su hermana cuando se enteró que los 300 Euros que acababan de gastar no servirían para nada.
El partido, que terminó con empate a cero, fue celebrado como toda una victoria nacional por los periodistas y aficionados angoleños, y el Fan Fest de Hanover tomó tintes portugueses mientras los africanos celebraban hasta altas horas de la madrugada. Fue allí donde, precisamente, me encontré con unos amigos que también cubrían el Mundial para medios estadounidenses. Ellos tenían su base en Hanover y cuando les explique mis andanzas en aquella primera semana de Mundial me dijeron que esa noche podía quedarme en su hotel ya que tenían una cama libre. Aquellas palabras fueron como música para mis oídos y después de cenar un dönner kebab, una vez más, en el Fan Fest, fuimos hasta el hotel donde por fin pasé una reconfortante noche durmiendo sobre un colchón bastante más blando que el suelo de las estaciones de tren recorridas hasta entonces.
Las figuras siempre están presentes
Tras una noche de hotel en Hanover, el resto de la primera ronda pasó de los más rápido. Siguiendo mi recorrido por todas las sedes del Mundial viajé hasta Kaiserslautern, Leipzig, Stuttgart, Colonia, Frankfurt y Nuremberg, antes de volver a Kaiserlslautern para ver la última jornada de la fase de grupos. Durante esta nueva tanda de ciudades visitadas, el viaje transcurrió de los más “normal”, o al menos, lo que se puede considerar normal en un viaje como el mío. Cabe destacar que, aparte de dormir en trenes y estaciones, durante esta segunda manga de mi viaje encontré un nuevo lugar para pasar la noche. Ocurrió en primera visita a Kaiserslautern, cuando ví el partido entre Italia y Estados Unidos. Tras uno de los mejores partidos, o al menos más intenso, del Mundial, tenía que pasar la noche en la ciudad, pues mi siguiente tren no salía hasta las 11 de la mañana.
Después de dar muchas vueltas por esta entrañable localidad del sur de Alemania, cenar y visitar el Fan Fest, eran las tres de la mañana y no quedaba un alma en la calle. Los alemanes, por norma, suelen irse a dormir muy temprano, aunque por ser el Mundial se hicieron muchas excepciones. Sin embargo, en las ciudades pequeñas no eran tan comunes estas excepciones y después de un par de horas de celebración todo volvía a la normalidad. Este fue el caso de Kaiserslautern, a lo que tengo que añadir que por primera vez en todo mi recorrido sentí verdaderamente el frío alemán. A pesar de estar en pleno junio, el barómetro de la plaza marcaba dos grados centígrados y tras un par de intentos fallidos de conciliar el sueño en medio de la calle, pensé que la mejor opción sería ir a la estación de tren donde al menos el viento no me pegaría tan de lleno.
Por fortuna, de camino a la estación pasé por un banco y tuve la grata idea de utilizar la sala del cajero automático, a la que sólo se puede acceder con una tarjeta de banco, como mi improvisada habitación esa noche. Además, tuve la suerte de que estaba amaneciendo una mañana de domingo con lo que el banco no abría y yo podría prolongar mis horas de sueño. De todas formas, aunque el banco no abriera, los clientes sí que comenzaron a entrar a eso de las 9 de la mañana para sacar dinero y me sirvieron como despertador.
Pero una de las cosas que más me llamó la atención en estos partidos finales de la primera ronda fue la aglomeración de ex jugadores y celebridades que colmaron los estadios. En Stuttgart, por ejemplo, tuve la suerte de compartir mesa de prensa en el partido que enfrentó a España y Túnez con Fernando Redondo. El ex volante argentino estaba sentado en la mesa contigua a la mía, pero su posición estaba más abajo. Cuandó el verdadero “dueño” de su lugar —un periodista tunecino con cara de pocos amigos—Redondo y sus dos compañeros se encaminaron hacía sus puestos asignados, los cuales al estar más cerca del campo no permitían una gran visibilidad. Entonces uno de sus compañeros me pidió si podían compartir mi mesa y yo les cedí los asientos vacíos que habían a mi alrededor.
También hubo concentración de ex figuras en el restaurante del estadio de Leipzig previo al partido entre Francia y Corea del Sur. Luca Marchegiani, José Luis Chilavert y Bernard Lama, todis ellos ex arqueros internacionales, se encontraban allí por casualidad y decidieron, por iniciativa del paraguayo, sacarse un par de fotos juntos. El técnico y ex jugador francés Luís Fernández también estuvo presente en el estadio, al igual que el lesionado, y por lo tanto excluido del plantel mundialista francés a última hora, Djibril Cissé. Lo malo de la posición de Cissé en el estadio es que contaba con una asiento en la parte más alta de la tribuna de prensa y por lo tanto no le era muy fácil subir y bajar las escaleras con las muletas que porta tras su operación.
Los grandes deciden la fase final
Después de la primera ronda mi aventura seguía por el buen camino, pues había logrado ver un partido todos los días y sólo me faltaba por visitar Dortmund para completar mi meta de estar en todas las sedes. De todas formas, un octavo de final y una semifinal se jugarían en dicha ciudad por lo que no dudé que conseguiría mi objetivo.
Los octavos de final me llevaron hasta Múnich a presenciar el partido entre Alemania y Suecia, probablemente la mejor exhibición de fútbol en todo el Mundial; después a Nuremberg para ver el Portugal-Holanda, que tampoco se quedó corto en cuanto a calidad de juego, pero que el arbitro se encargó de destruir sacando tarjeta amarilla a todo el que respirara; luego a Kaiserslautern, donde se jugó el partido más polémico: Italia-Australia; y, finalmente, a Hanover donde Francia despertó del letargo que sufrió en la primera fase y eliminó a una inexperta selección española.
Lo único que quedó claro es la ronda de los mejores 16 fue que, en este Mundial, los grandes iban a dar mucho de que hablar. Ni una sola sorpresa entre los ocho mejores equipos, aunque se podría mencionar a Portugal, que eliminó a Holanda, aunque era de esperar dado el nivel que mantuvo la vino tinto en la primera ronda.
Y mientras los grandes decidían el destino de esta Copa, yo seguía mi recorrido por las vías ferroviarias alemanas. Los dos días libres que hubo entre octavos de final y cuartos los dediqué a recuperar fuerzas, pero el destino me llevó a hacerlo a un pequeño pueblo cerca de Hanover. Tras el partido España-Francia, mis intentos por encontrar un hotel fueron infructuosos, por lo que decidí llamar a mi amigo Daniel.
Daniel es un heladero italiano que reside en Alemania y a quién conocí en el tren de camino al partido entre Estados Unidos e Italia. Tras charlar durante las cinco horas de tren me invitó a su casa en Grossburgwedel, a 20 kilómetros de Hanover, en uno de los días de descanso del Mundial. Precisamente estaba buscando un hotel en Hanover cuando me llamó Daniel porque imaginó que estaría en la ciudad viendo el partido.
Cuando le conté mi mala suerte con los hoteles no dudó en invitarme de nuevo a su casa. Allí vive con toda su familia en el piso de encima de la heladería y, para mi sorpresa, al despertarme a la mañana siguiente tenía un capuccino y una copa de helado de chocolate recién hecho esperándome para desayunar. Cuando terminé, Daniel me pidió que bajara porque había alguien que me quería conocer.
Al abrir la puerta de la heladería me encontré con cerca de 20 personas en la heladería que estaban esperando para conocerme. Más tarde, mientras caminábamos por el pueblo, mi amigo me explicó que viven cerca de 2,000 personas en Grossburgwedel, que todo el mundo se conoce y que, por un día, yo era la estrella del lugar. Lo cierto es que la mayoría de los coches que nos vieron mientras caminábamos nos hicieron algún tipo de seña para saludar.
Tras el buen trato recibido en el pueblito, me puse en contacto con los estudiantes americanos que conocí en Gelsenkirchen, y quienes también me habían invitado a visitar el pueblo donde vivían. Aunque en Lüneburg no fui la estrella como en Grossburgwedel, disfruté de un lugar precioso donde pude descansar antes de arrancar de nuevo en Berlín con los cuartos de final.
Precisamente, en Berlín fue donde se truncó mi racha y fue el único día que no pude ver el partido en el estadio. El Alemania-Argentina llenó a reventar el estadio Olímpico de Berlín y ni siquiera haciendo uso de la tan útil lista de espera pude conseguir una entrada para el partido que, para muchos, fue la final anticipada.
De ahí hasta la final tuve la oportunidad de ver un partido por día y, además, coincidió que fueron partidos para el recuerdo. Por ejemplo, la clase de buen fútbol que dio Zidane al mundo en Frankfurt o la pasión y entrega que pusieron italianos y alemanes en Dortmund (la última sede que me faltaba) en un partido que duró 120 minutos e, incluso, el Portugal-Francia que decidió Zinedine Zidane de penalti en Munich, pero en el que los portugueses nunca se dieron por vencidos
El final: de la carrera de Zidane, del Mundial, de mi viaje
Y de repente, después de tanto viaje, de tantas horas en tren y kilómetros recorridos, llegó el momento final. Sin poder lograr mi meta por culpa del partido que me perdí de octavos de final, sólo me quedaba disfrutar de la final de consolación y de la final de verdad. En Stuttgart presencié un partido en el que hubo un gran despliegue de juego ofensivo, algo que se agradecía después de un mundial más bien rácano en ese aspecto, y luego pude vivir la fiesta que los alemanes tenían reservada para el día de la final, pero que tuvieron que celebrar el día antes.
Sin embargo, todo el mundo se detuvo el domingo cuando llegó el momento de disfrutar de la final entre Italia y Francia en Berlín. Ese día pude llegar temprano a la capital alemana, porque el viaje desde Stuttgart fue bastante corto, y fui testigo del colorido que se vivió en la Puerta de Brademburgo y el centro de la ciudad. Los italianos, muchos menos que los franceses en el estadio a la hora del partido, inundaron las calles con sus banderas y sus sombreros de copa. Los cánticos ensordecedores retumbaban por todos los rincones Berlín y, quizás por eso, los jugadores italianos se creyeron desde el arranque del partido que su sequía de 34 años sin levantar la Copa Mundial podía acabarse en el estadio Olímpico.
Pero el guión parecía estar escrito de otra forma. Todo parecía estar listo para que Francia levantará la Copa, Zidane se erigiera en el jugador del Mundial y que se retirará como el mejor jugador francés de la historia. Como digo, todo parecía estar preparado para una gran fiesta francesa –incluso el estadio, como ya he mencionado, estaba replet6 por hinchas de Les Bleus– , y mucho más cuando Zidane marcó el gol de penalti a lo “panenka” para delirio de todos los allí presentes. Sin embargo, al final el protagonista no sería otro más que Marco Materazzi: primero por el gol del empate y después por lo que le dijo a Zidane (que seguramente no sabremos nunca a ciencia cierta) y que empujó a Zidane a sacar lo peor que lleva dentro y atestarle un terrible cabezazo en el pecho que le valió la expulsión a 10 minutos del final de su carrera y, además, fue el preludio a la debacle francesa en los penaltis.
*Este reportaje fue publicado en ESPN Deportes La Revista en la edición especial del Mundial 2006 «Memorias de un Mundial» y en la edición de agosto 2006 bajo el título de «Ojala y estuvieras aquí»
Qué bueno saber que algo le sacamos al Telerisa, cabrón! jajaja!
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