Desaparecido

24 años después de casarse supo que no la amaba. Todo lo compartido habia sido sólo la forma más simple de pasar la vida juntos; la menos complicada. Ahora ya no le quedaba nada, sólo quería descansar.

Esa misma mañana, tras desayunar junto a su mujer como cada día, se encerró en su despacho y se sentó en su escritorio. Abrió el primer cajón, sacó su revolver, se lo introdujo en la boca. Su dedo índice acarició el gatillo. Tres palabras se le cruzaron por la cabeza: adiós-mundo-cruel. No pudo contener una sonrisa. Clavó su mirada en un libro de la estanteria: Fauna Marina del Océano Índico. Su dedo seguia en el gatillo, pero su mente se habia perdido en un pequeño velero flotando cerca de las islas Rodríguez. Durante 10 minutos se imaginó una vida tumbado al sol, pescando su comida y leyendo sus libros favoritos. Solo.

Devolvió el revolver al cajón, agarró el pasaporte y salió por la puerta. No llamó a sus hijos, no le dijo nada a su mujer, no dejó una carta de despedida.

Desapareció.

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Asesino

La noche fue dura. Ahora, Viktor, casi no lo quiere recordar, pero anoche se convirtió en asesino. Tres disparos, tres balas, heridas en el pecho y el estomago, un cadáver. Ahora, el sonido metálico de la munición corriendo por la pistola, la explosión al llegar a la boca del cañón, el silbido al cortar el viento a toda velocidad, el resquebrajamiento de millones de células al impacto con el cuerpo de su víctima y, finalmente, el frenazo seco al llegar a su punto fatídico, a un órgano vital, se repiten una y mil veces en su cerebro.

Mil sonidos, todos ensordecedores, pero el que más le perturba es el último: el ruido del silencio que causa una bala al destrozar un corazón.