(borrador… en teclado americano. Sin acentos, etc.)
«… Noventa y ocho. Noventa y nueve. Cien. Aqui», dijo el hombre mientras soltaba su mochila en la hierba.
Cien pasos desde la vieja via del tren. Alli decidio Jack Hartman que seria el mejor sitio para crear su nuevo hogar.
Una semana despues, por la misma via, y mas o menos a la misma distancia, pues no habia parada oficial en la ruta, el mismo tren que trajo a Jack transportaba ahora toda su vida y todas sus posesiones: su escritorio, su escopeta, sus botas de cowboy, su coleccion de sellos de la guerra civil, su hazadon, y a su querida Loreley, embarazada de 6 meses.
Loreley se sorprendio gratamente al ver lo adelantado que tenia Jack es esqueleto de su futura casa. Seis vigas de madera sujetaban el caparazon de lo que pretendia ser una humilde morada de madera de roble, con dos pisos y un sotano, con ventanas desde el techo hasta el suelo, para que tuviera buena iluminacion, y orientada, como no, hacia al sur, como siempre le habia recomendado su padre.
Antes de que se cumpliera un mes de su llegada, y habiendo pasado mas de 20 noches durmiendo en una carpa improvisada por Jack, a la intemperie, Loreley sintio un extranyo dolor en su vientre.
La joven no queria ni pensar que su bebe iba a nacer en ese momento, pero se temia lo peor. Todavia faltaban 60 dias para que se cumplieran los nueve meses de su noche de boda, la noche que Loreley se habia entregado por primera vez a Jack, y la noche en que, precisamente, quedo embarazada. Pero algo le decia que ese dolor en su alma no era mas que la clara senyal de que la criatura que llevaba dentro estaba lista para ver la luz del dia.
«No puede ser. Mi amor, la casa no esta lista. La cama no esta lista. Todavia nos quedan dos meses segun el plan», exclamo Jack aterrado. «No puedo esperar mas. He roto aguas. El ninyo tendra que nacer al aire libre», respondio ella.
Jack no sabia que hacer, no sabia que pensar, estaba saturado.
Corrio hasta el lago, a unos 20 metros de la puerta principal de su casa y volvio con una tinaja llena de agua fresca. Acomodo la carpa, hizo un almohadon de paja donde poder recostar a su esposa, y esparcio una manta a su lado, para arropar a su hijo nada mas llegar al mundo.
El parto duraria mas de ocho horas.
Jack tuvo que ejercer de comadrona y guiar a Loreley para que no parara de respirar y de empujar. La joven no tuvo ni un segundo de descanso. El bebe se hacia de rogar y a Jack los gritos de dolor de Loreley le taladraban el cerebro.
Loreley empujaba y empujaba. En cada intento emitia un aullido que se podia escuchar a varias millas a la redonda. Su cara se enrojecia enfurecidamente con cada esfuerzo por dar vida a su hijo, y despues se tornaba palida mientras la chica se preparaba para el siguiente empujon. «Este sera el ultimo», se decia a si misma, con la ilusion de escuchar el llanto con vida de su bebe en cualquier momento.
Pero el llanto no llegaba.
Jack estaba desesperado. Sus manos, sudorosas, temblaban como una hoja, y su mente volaba entre los malos augurios y la esperanza. Metio las manos entre las piernas de su mujer, nervioso, intentando hacer por intuicion algo que solo deberia hacerse tras anyos de preparacion. Acaricio los muslos de su mujer, firmes y sedosos, y eso le calmo un poco. Por un segundo recordo su noche de boda, cuando hicieron el amor por primera vez, y recordo cada recoveco del cuerpo de la unica mujer que habia amado en la vida. Pero antes de llegar a la ingle, Jack volvio repentinamente a la realidad. Sus manos se toparon con una mezcla de liquido pastoso y se dio cuenta que su mujer se habia desgarrado. Su falda estaba ensangrentada y el caudal que bajaba por la hierba era preocupante. Su sistema nervioso se colapso. Penso en gritar, en romper a llorar, a sabiendas que esa reaccion destrozaria a Loreley, y entonces logro decir: «Solo un poco mas, mi amor. Ya veo la cabeza. Ya puedo tocarlo».
Era mentira, pero su idea dio resultado. Exhausta por el esfuerzo y empujada por el animo de pensar que su marido pronto tendria a su hijo en sus brazos, Loreley hizo un ultimo intento. Tomo tres bocanadas de aire cortas, seguidas, sin pausa. Y entonces apreto los dientes, concentro toda su fuerza en sus musculos abdominales, y empujo con toda su alma. Su grito fue gutural, desgarrador, pero a la vez fue un grito de alivio. Seguramente, los pajaros que anidaban los arboles de alrededor salieron volando espantados, y de repente el sol brillo con mas fuerza. Y Loreley escucho el llanto de su bebe.
A las siete y diez, de aquella tarde de Abril, llego al mundo, rodeada de tierra, serrin y gravilla, y con un sol arrebatador resplandeciendo en sus ojos, Rose Lucille Hartman.
«Es preciosa, Jack. Tiene tu nariz. Es preciosa», suspiro Loreley, somnolienta por la gran perdida de sangre. «Ya, ya, mi amor. Dale un beso y relajate. Tienes que guardar fuerzas y descansar», replico dulcemente Jack.
Loreley cerro los ojos, con una sonrisa en los labios, y nunca mas los volvio a abrir.
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