
¿De dónde saliste?
¿Cómo te anunciaste en mi vida por primera vez, y por qué designios?
¿Sabías que estabas destinada a ser mi fiel compañera durante tanto tiempo? ¿O creíste que lo nuestra iba a ser fugaz, un mero ardid, saciar una sed repentina con el primer trago que está a la mano?
Lo cierto es que hoy, 12 años después de reunir nuestros destinos por primera vez, quiero desvelar tus secretos, gritar a los cuatro vientos que no hay nadie como tú, que eres única porque eres mía, pero eres mía porque quisiste serlo.
¿De dónde…?
Del fallido restaurante & bar & grill & cigar lounge & fuga de capitales familiares que mi atribulado padre tuvo a bien crear en compañía de sus 3 socios: uno, vendedor de tarjetas telefónicas que no servían más que para marcar a Oaxaca; otro instalador de DirecTV pirata; alguno más cuyos fondos provenían de misteriosas fuentes (o sea, del gobierno de México). Ninguno de los tres experto en materia restaurantera. ¿Qué podía salir mal?
Te miré del otro lado de la barra de caoba, resplandeciente entre la multitud dedicada a dejar quemaduras de cigarrillo y redondeles húmedos de vaso highball durante la velada inaugural. Tu morenez destacando contra la descascarada pintura wash simulando una añeja… ¿tasca? ¿fonda? ¿trattoria? El concepto gastronómico aún estaba en el aire (acabó en steak house). Mostrabas los brillantes colores de Jorge Campos atajando disparos de Eric Wynalda en la Copa América, hasta que en tiros penales nos eliminaron los gringos 4 a 1. Tragedia griega-vía-Uruguay-vía-satélite. En el dolor y el pesar de la derrota, mi triunfo fue conocerte. Tus 29 pulgadas de pantalla me apantallaron, tu VHS integrada capturó el momento para la posteridad, y tomé juramento mientras me llevaba un tarro de Negra Modelo a la mesa: «Serás mía, yo lo sé».
Cuando el restaurante & etcétera se fue a pique (digamos que el Titanic opuso más resistencia), no tuve empacho en lanzarme como ave de rapiña un sábado por la mañana a liberarte de tus ataduras. Claro, también liberé una caja de Fundador, dos botellas de Absolut Citron y 36 latas de aceitunas rellenas de anchoa. ¡Jugoso botín, digno del pirata Laffite en el Caribe o de Francisco Pizarro en su paso por tierras incas!
Tuve que regresar el sábado siguiente a buscar tu control remoto, que se me olvidó sobre la barra…
Pero ya en casa, reunidos en la intimidad de mi modestísimo departamento de soltero, pude afreciarte en tu justo valor. Tu deslumbrante claridad. Tu nitidez rayana en la obscenidad. Tu close caption automático cuando se oprime mute. Sí, tus rojos nunca fueron sanguíneos como los de Caravaggio, sino más bien tirando a los purpúreos rubores de una fiebre mal atendida, ¿pero qué importa el color en cuestiones de amor?
Y sí, tu sonido monoaural nunca podía aspirar a competir con los stereo surround y DSP que empezaban a ponerse en boga. Nunca me hiciste extrañarlos. Tu voz no tiene la ambigüedad de dos canales esterofónicos: es única, indivisible, honesta. Es la voz desgarradora de viejos seriales del radio AM, donde no sabíamos de dónde provenía el disparo, pero sí que alguien estaba echando bala a toda pólvora.
Eventualmente uní mi destino a una mujer, pero tú nunca fuiste el tema delicado de conversación, pues lo nuestro tenía historia. Ella te aceptó, renuente al principio («¿O sea que no vamos a poner una tele nueva en la mesa de regalos?»), curiosa después («Me tienes que enseñar cómo hacerle para grabar Café con aroma de mujer«), hasta que finalmente te adoptó sin recelos ni condiciones.
Y nos enseñaste a sobrevivir.
A sobrevivir el estar sostenida sobre una mesilla plegable de madera en lo que llegaba el primer mueble/gabinete ex profeso para albergar tu estructura. A sobrevivir el utilizar diariamente tu función de REWIND en vez de confiar en las regresadoras que tocaban la quinta de Beethoven después de rebobinar un videocassette. A sobrevivir una pléyade de periféricos, pues los dioses tuvieron a bien darte UNA terminal de Audio/Video In (RCA) en el panel frontal, misma que he penetrado, inmisericorde y prosaico, con dos preamplificadores, un laserdisc, una video beta, tres sistemas DirecTV (uno pirata, dos legítimos), cuatro DVDs, un 3DO, un Playstation, un Playstation 2, un Xbox, una caja de cable y un TIVO. No al mismo tiempo, claro…
A sobrevivir mudanzas a seis domicilios y dos países…
A sobrevivir la muerte, estentórea y gradual, de tu control remoto…
A sobrevivir la inserción de un sandwich de queso en la videocassettera… Y no, no fue mi hija. ¿Recuerdas el Fundador y el Absolut Citron? Yo sí…
No sé de dónde saliste. Mi padre confesó haberte adquirido en pago por unos servicios contables prestados a una importadora de electrodomésticos, y que eras el único modelo en exhibición. No tienes número de modelo al frente, ni más distintivo que los tres rombos de Mitsibushi. Cuando me di a la tarea de buscar tu control remoto por Internet, en afán de reemplazarlo por uno semi nuevo, descubrí que nadie cuenta con un original en servicio (y que ni siquiera hay fotos de tu línea en el website del fabricante). Eres casi pieza de colección.
Yo creo que no te fabricaron. Creo que quisiste ser. Simplemente, existir. Creo que eres inteligencia artificial, evolución lógica tras años de mejorar lo inmejorable. Creo que te armaste sola, canibalizando piezas de otros electrodomésticos en esa bodega. Creo que eres indestructible, pues nunca te has descompuesto. Tus colores siguen tan vivos como siempre. Tu sonido monoaural sigue nítido, sin delatar un sólo gemido de un tweeter discordante o un bajo con carraspera. El control remoto del nuevo DirecTV DVR que te acabamos de conectar suple casi todas las funciones de tu viejo remoto, algo que no había logrado emular con media docena de reemplazos «universales».
Creo que tú le enseñaste al control nuevo lo que tiene que saber de ti, y no a la inversa.
¿Y tu videocassetera? Sigue grabando. Y si bien el formato nunca podrá aspirar a competir con la imagen de laserdiscs, DVDs y BlueRays… sigue siendo fiel. Aún puedo grabar en tí eventos que la posteridad merece conocer. Cierto, cada vez hay menos gentes que pueden reproducirlos, a medida que sus respectivas VHS van muriendo y son reemplazadas por otros formatos, pero tú… Tú te has negado a morir.
¿Por qué?
Hoy me llegó un catálogo por correo. Best Buy ofrece LCDs y Plasmas de 500 dólares. Aún los modelos introductorios te rebasan en dimensiones de pantalla y funciones logísticas. Todas son HD. Todas son formato widescreen. Pero tú sabes que nada va a cambiar. Que no vas a ir a ninguna parte. Sabes que llevamos demasiado tiempo juntos. Por ti ha pasado toda mi historia: has visto el video de mi boda y mis trabajos de cine de la universidad. Has visto más pornografía que Larry Flynt. Y no revelas nada aún, sigues mirándonos noche tras noche, día tras día, en espera de una sustitución que no ha de llegar.
Algunos piensan que no te cambio por tacaño. Otros, por nostálgico.
Pero la verdad es que no te cambio porque te respeto.
Y te temo un poco, la verdad.
Filed under: Odas | Leave a comment »