Cuando un gran amigo mio se moría de amor hace tan sólo unos meses, no podía dejar de escuchar esta canción. Yo siempre había escuchado hablar del Flaco Spinetta, pero jamás había oído una canción suya.
Un día, me encontré a mi amigo derrotado, despeinado y con la vida colgando de un hilo, a las 12 de la mañana, sentado exasperadamente esperando nada frente al ordenador. Tenía los auriculares puestos, la música a tope, como siempre, y este video de You Tube jugueteando en su pantalla.
Llevaba unos días caminando cabizbajo, sin reírse de las tonterias que normalmente nos hacían pasar las horas de trabajo de forma más amena. Ese día me contó su odisea sentimental, al son que marcaba Spinetta, y quedó para siempre incrustrada en mí aquella historia, aquella música y aquella imagen: Mi amigo destruido por las circunstancias de la vida, desesperado por no encontrar una salida viable a lo que, de cualquier otra forma, era un cuento de hadas y, en definitiva, atrapado en lo que parecía una de esas películas en las que sabes que el protagonista es el bueno aunque todas las pistas apunten a que ha hecho lo peor del mundo, y por eso debe sufrir todo el peso de la ley… la historia de Ruben Carter «The Hurricane», vamos.
Mientras me contaba la historia de ese amor imposible, paró un segundo y me dijo: «En realidad, esto que me pasa es una putada, pero no me voy a poner a llorar; lo peor ya me pasó hace unos años y desde entonces, desde que toqué fondo, todo lo que me pase es algo así como una bendición. Incluído esto».
Entonces fue cuando me contó la historia de su ex mujer, a la cual trajo de Cuba para empezar una nueva vida en Miami. Tras salir a flote a duras penas, habiendo tenido que trabajar de lavasuelos, vendiendo joyas y hasta de jardinero, ella se fue, a buen seguro con otro que le prometió un futuro mejor (¡Ja!) y él se quedó, sólo, sentando en un banco en medio de la calle, viendo los coches pasar y sin tener la más mínima idea de hacia donde tirar. A ese absurdo y atosigante momento le siguieron meses de depresión, metido en cama sin querer tener el más mínimo contacto con el mundo exterior, mirando al techo, repasando en su cerebro todos los momentos de su relación, los buenos y los no tan buenos, las alegrías y las tristezas. Las dudas le inundaban, ¿había hecho lo sufieciente? ¿había hecho demasiado? Estaba perdido, no sabía qué hacer y lo único que parecía inspirarle era esa última frase de la canción de Spinetta: No queda más que viento.
Ahora, que el que está en una situación parecida soy yo, no paro de darle vueltas al vídeo de You Tube. Es triste pensar que, despúes de tanto vivido y sufrido, disfrutado, aprendido y compartido, al final, tristemente, «… no queda más que viento».
Pero bueno, hay momentos en los que tenemos que guardar las lágrimas para los momentos en los que de verdad valga la pena (algo así dice Sabina), y yo, por mi parte, encuentro algo de consuelo en la situación de mi amigo. Se me llenó el corazón de alegría cuando el otro día, tras un viaje relampago a Miami, me lo encontré conduciendo en el autopista ese coche del color más feo jamás inventado en la historia de los colores. Pité e hice aspavientos hasta que me reconoció, y entonces frenó y bajó la ventana para saludarme y presentarme a «su jevita», con quien finalmente pudo reunirse en Miami después de casi un año de amor a distancia, con el agravante de encontrarse en dos paises con diferencias casi irreconciliables… por lo que la comunicación era prácticamente imposible.
Para terminar como hemos empezado, con canciones, dejaré un último pensamiento sobre la historia de mi amigo, a modo de verso escrito por Tango Feroz: «…pero el amor es más fuerte». Y eso, aunque sea poco, es a lo que me toca agarrarme ahora a mí con uñas y dientes. Si no, aunque sea triste reconocerlo, quizás habrá que creer que Spinetta decía la verdad.
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Es como volver a un lugar y notar que no es más lo que en algún momento fue. Saludos!
Hola… llegué a este blog por «casualidad» ,si es que crees en ellas.Es muy fuerte y muy duro darse cuanta de que ya no queda más nada…sólo el viento.
Sí, claro que creo en las casualidades; algunas pueden ser muy bonitas.
Y sí, es muy jo-di-do darte cuenta que «no queda más que viento» … y más si eres de esa estirpe en extinción: los románticos.
Un beso.