La mañana aparece entre las cortinas radiante y sudorosa. El dolor de cabeza te hace recordar instatáneamente que la pelea ocurrió de verdad y que no fue una simple pesadilla. Los sentimientos afloran: rabia, decepción, furia, tristeza, impotencia. Es todo muy complicado de manejar.
Las lágrimas parecen brotar como si tus ojos fueran dos manantiales. Y brotan y brotan hasta que no te quedan más fuerzas para volver a empenzar. La duda se instala en tu sala, se sienta en tu sofá y enciende tu televisión. Camina por tu casa, como si fuera suya, utiliza tu baño y come tu comida. Y ella que no llama.
Las paredes que ayer parecían tan grandes, tan blancas, tan listas para recibir todos los recuerdos que pensabas colgar en ellas, ahora se hacen chiquitas, se juntan, parecen caersete encima y piensas que si son tan blancas y no están llenas de recuerdos todavía seguramente sea porque no las pintaste a tiempo, y no colgaste en ellas los recuerdos de lo que parece una vida juntos. Ahora esa vida está moribunda.
Donde ayer había color y alegría, ahora se ha instalado una oscuridad perspicaz, una penunmbra que te sirve para levantarte, para caminar, para vagar sin sentido por la vida, pero que no te permite mirar más allá que un par de metros, no te deja visionar el futuro que ayer veías de forma tan clara. Estás desesperado.
Haces un intento, pues es algo humano, y te duchas, te vistes y sales a la calle. Bajas las escaleras y respiras hondo. Piensas que, pase lo que pase, tu consciencia está tranquila y lo podrás afrontar. Abres la puerta de la calle y ahí te das cuentas. Nada ha cambiado, estás peor que hace una hora, cuando destilabas gotas de sufrimiento por tus ojos inchados, tirado en el sofá. Estás perdido, no sabes que hacer, hacia donde caminar, no sabes que va a ser de tu vida. Estás aterrado.
Vuelves a casa, destrozado. Tu paso al frente ha durado un minuto y medio, y te encuentras de nuevo en la deseperación de unas cuatro paredes menguantes que amenazan con chafarte en tu propia soledad. Miras a tu sofá y allí está ella, la duda, sentada tan pancha con sus amigos, el desprecio, la tristeza y el desamor.
En medio de ese laberinto de sentimientos, sólo hay una cosa que te mantiene en pie, con vida, respirando. Buscas a tu alrededor y entre tus visitantes inesperados, entre esos metiches que han tomado por suya tu sala, tu hogar, encuentras dos ojos y una sonrisa que te llenan de aire fresco el pecho. Te das la vuelta y la vuelves a ver, es la misma chica, con los mismos ojos profundos y sonrisa genuinamente brillante. Está en todas partes, y su presencia es mucho más fuerte y más grande que la duda, el desprecio, la tristeza y el desamor. Ella llena el hogar, ella es el hogar y ella es la fuerza que te hace seguir adelante, como te ha hecho seguir adelante durante tanto tiempo.
Gracias a ella estás aquí y es a esa imagen, a esos ojos y esa provocadora sonrisa a la que te toca aferrarte ahora con todas tus fuerzas. Es por eso por lo que tienes que luchar y es por eso que, en el fondo, sabes que este día sin amor pasará y volverán los otros, los que rebosaban de ilusión, de alegría, de planes de futuro. Los días en que en tu sofá sólo os sentabais ella y tu, sin ningún otro visitante inesperado.
Te amo Zeida.
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De que lugar de España eres?