Una vez le escuché a mi idolatrado Manolo García qué escribir entre las 4 y las 7 de la mañana tenía algo especial.
Y es cierto.
Si eres de los que no puede echar el ojo, si eres sonámbulo o un fiestero, seguro que escribir entre las 4 o las 7 de la mañana debe ser algo especial, diferente, al menos. Yo no puedo. Y no puedo, simplemente, porque a esas horas me gusta dormir. Y si no estoy dormido prefiero salir o acabar de llegar después de salir, y tirarme a ver la televisión o a escuchar música. Hacer un ejercicio que requiera un mínimo esfuerzo mental, vamos.
Pero escuchando las canciones del disco de 1995 «La Rebelión de los Hombre Rana» de El Último de la Fila (precisamente, el último disco de Manolo García en conjunto con el guitarrista Quimi Portet), puedo entender a lo que se refería el cantante catalán. Sus letras y sus melodias evocan en mi mente la imagen de un hermitaño en alguna abadía perdida en la montaña, deborando libros entre la penumbra de una vela y escribiendo en viejos y polvorientos cuadernos con pluma y tintero. Aunque también me vienen a la mente las imagenes fábricadas en mi cabeza de mi tio Sebastián, con 16 años, pasando los fríos inviernos de la sierra murciana en la casa de su abuela, leyendo a Gabriel García Márquez y a Victor Mora.
Para mí, la madrugada también es mágica.
Desde muy pequeño recuerdo disfrutar de las altas horas de la noche viendo la televisión en casa de mi abuela (y no, no el Canal + precisamente…) y, sobre todo, escuchando la radio. Recuerdo haberme pasado noches enteras escuchando música con Albert, quedarme dormido con el susurro de Hablar por Hablar de la Cadena Ser al oído o, simplemente, sólo en la oficina de mi padre en la casa de Miami, jugando al ordenador y escuchando canciones de Sabina. Es más, el flaco de Úbeda me marcó para siempre el triste verano del 2003, en el que, a mis tiernos 19 años, las mujeres me habían hecho añicos el corazón. Eran los años de Limewire y Napster, y un buen día encontré el torrent de la discografía de Joaquín Sabina y, desde entonces, nunca más fui el mismo. En cada una de sus letras encontré la fuerza para reponerme de los absurdos golpes del amor, y a las tantas de la madrugada, con el cansancio de un día entero de trabajo, y del siguiente que se avecinaba en pocas horas, esa música de madrugada me fue convirtiendo en la persona que soy hoy.
Puede parecer un detalle menor, pero en mi vida, siempre que me encuentro en una situacion … ehmm… jodida, digamos, recuerdo aquellas noches de reflexión y asueto; de liberación y de crecimiento.
Ahora que mi vida está más asentada, que tengo un buen trabajo, que estoy enamorado de un pedazo de mujer y que todo marcha viento en popa, disfruto recordando aquellos tiempos de «sufrimiento» en los que la música de antes del alba me secó más de una lágrima. Ahora, escuchó «La Rebelión de los Hombres Rana» y me divierto pensando lo bonito que sería estar lejos de todo… en una abadía… entre la penumbra de una vela… deborando libros…
La madrugada se inventó para soñar despierto.
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