Parece mentira, pero en menos de dos segundos, una bala puede recorrer más de 10 metros, perforarte el cráneo, causarte una hemorragia cerebral y hacer que te desplomes al suelo sin que te quede un gramo de vida en el cuerpo.
Me sorprendió ver en las noticias el otro día como un loco, vestido de traje y corbata, decidió liarse a tiros en un Wendy’s de West Palm Beach, Florida, sin más razón que el estrés, la depresión o la gilipollez cabalgante que debía llevar metida en la cabeza. Porque ya me dirás si tiene sentido matar a «X» número de personas, antes de volarte los sesos, sólo porque crees que el «mundo» o la «sociedad» te ha tratado mal. ¿Pero quién te crees que eres? ¿Cómo vas a pensar que el mundo te ha tratado mal? iSi el mundo es inmenso! De última, deberías estar jodido porque el mundo te ha olvidado, pero para destacar hazte cantante o payaso de circo, no mates a dos inocentes en un Wendy´s.
Además, se me desgarró el corazón al conocer la historia de un bombero latino que había salido ya del restaurante con su mujer y su hijo. El desgraciado decidió volver a entrar porque a su hijo le habían dado el juguete equivocado con su menú. Probablemente, este miembro del cuerpo de bomberos de West Palm Beach, quien había dejado la estación un rato para almorzar con su familia, nunca se imaginó que el hombre al que cortésmente le sostuvo la puerta para que pasara antes que él, iba a terminar convirtiéndose en su verdugo y ejecutor.
Porque el bombero seguramente tenía una vida mucho más peliaguda que la del cobarde sicópata. Una vida que incluía despertarse temprano y acostarse tarde, trabajar largas hora luchando contra el fuego para ayudar a la comunidad, hacer un gran esfuerzo físico, vivir sin lujos para poder ahorrar y pagarle los estudios a sus hijos, y luchar día a día porque todo ese peso sobre su espalda no se la acabara por partir.
Pues ese pobre hombre, que sólo pretendía contentar a su hijo con el juguete prometido por el restaurante, se encontró de repente con un agujero en el cogote y dos centímetros de plomo en el cerebro.
Además, el muy cobarde sicópata le disparó por la espalda. Dice Hugo Gambini (aunque creo que es conocimiento popular), en su libro «El Che Guevara: La biografía«, de editorial Planeta, que Ernesto Guevara, al enfrentarse a su ejecutor, destrozado física y mentalmente por la tortura que sobrellevo en la selva boliviana, le dijo: «Ah…¿venís a matarme, chango? Claro, te mandaron a vos… Después decile a tu coronel que Che se escribe sin acento ortográfico, que lo que puso en este pizarrón está mal… Esperate un poco. Me duele la herida de la pierna, pero quiero estar de pie. ¡Ahora vas a ver como muere un macho! ¡Tirá ahora, carajo!».
Seguro que, más allá de las idéas políticas del difunto miembro del cuerpo de bomberos, a él le hubiera gustado morir también con la decendia que todo hombre se merece. Sin embargo, este pobre enfermo mental, no tuvo ni el más mínimo reparo a la hora de acabar con una vida humana. Una pena.
Este triste episodio me hizo pensar en lo fácil que es matar a una persona.
Hace un par de semanas caminaba con mi novia por Broadway, en el East Village, en busca de la calle 14, donde teníamos que subirnos al autobús que nos llevaría al costado oeste de la ciudad. Cuando llegamos a la calle 16 nos paramos en el semáforo rojo y fue ahí cuando, en poco más de diez segundos, se desarrollaron los hechos que, presiento, me han marcado para toda la vida.
Parados sobre la acera, me dí cuenta que no venían coches desde el otro lado de la calle, como suele ser normal cuando el semáforo peatonal está en rojo. Dispuestos a cruzar, me giré para ver que era lo que bloqueaba el tráfico en la calle 16, al lado oeste de Broadway.
Me percaté que había un señor alto, calvo, de raza blanca y atavíado con una chaqueta verde. El hombre estaba inmóvil en el paso de peatones, en frente de una fila de estruendosos taxis. Los siguientes segundos se desarrollaron a cámara lenta en mi cabeza, aunque mi shock inicial (gracias a Dios) fue el preludio de una rápida reacción. Mientras mi novia continuaba contándome una historia sobre algo que había ocurrido en su trabajo por la mañana, sin percatarse de los eventos que se desarrollaban a sólo cinco metros de ella, pude ver claramente como el hombre de la chaqueta verde, harto de aguantar las recriminaciones e insultos de los taxistas a los que estaba bloqueando el paso, escondió por un instante su mano derecha bajo la chaqueta y desenfundó una pistola que llevaba perfectamente embuchada en un estuche colgando de la parte trasera de su cinturón.
El shock transcurrió entre el momento que miré al costado y ví al hombre bloquear el tráfico, y la fracción de segundo en que mi cerebro registro que de la mano escondida tras la chaqueta sólo podía emerger la misma mano cargando un arma. Un escalofrío recorrío mi espalda. Abracé a mi novia con el brazo derecho, le dije que salieramos corriendo y, en mi último intento por descifrar lo que de verdad estaba ocurriendo al otro lado de Broadway, pude ver claramente como el sujeto apuntaba la pistola con la mano derecha directamente a los sesos del taxista, mientras con la izquierda encasquillaba el cargador.
En ese momento, la gente a ambos lados de la calle 16, a la izquierda y a la derecha del hombre con la chaqueta verde, estaban estupefactos, con la boca abierta y el pánico en sus rostros, pero la verdad, no puedo asegurar que escuchará a alguién gritar auxilio. Quizás fue mi miedo, o quizás el viento de cara que taponaba mis oidos mientras corría arrastrando, prácticamente, a mi novia calle abajo, pero en ese momento sólo podía pensar en alejarme lo antes posible de la esquina de Broadway y la calle 16. Las únicas imagenes que se intercalaban en mi cabeza eran la del hombre de la chaqueta verde desenfundando su arma, y las fotos que emitió NBC de Seung-Hui Cho, el 16 de abril de 2007, después de que el estudiante de Virginia Tech abriera fuego en la escuela y matara a 32 estudiantes y profesores antes de suicidarse.
Tan aterrados estabamos corriendo por Broadway, dirección sur, que nos pasamos la calle 14, donde en principio teníamos que subirnos al autobús que cruza la ciudad. Cuando nos dimos cuenta estabamos en la calle 9. Siete manzanas, a 50 metros por manzana, resultaron en los 350 metros que más rápido he corrido en mi vida. Lo peor de todo, he de reconocer, fue que, al llegar al restaurante donde ibamos a cenar, comenté con mi novia la situación que acabábamos de vivir, y sentí una gran decepción conmigo mismo al darme cuenta que, en mi deseperación por huir, no fui capaz, ni siquiera, de gritar o percatar a la gente que nos cruzabamos calle abajo de que se dirijían hacia el lugar donde un loco acababa de sacar una pistola y encañonar a un taxista. También nos dimos cuenta que, con la adrenalina por las nubes, ni siquiera escuchamos si había habido algún disparo, si alguién se enfrentó al asaltante, si el taxista había atropellado al hombre de la chaqueta verde o si, tras darse cuenta de la locura que estaba cometiendo, el mismo sicópata decidió salir corriendo a esconderse, aterrado por las consecuencias que su estupida acción pudiera tener.
La cuestión es que, desde hace un par de semanas, cuando presencié este terrible altercado, camino con mil ojos por la calle, y siempre estoy alerta para poder salir corriendo. Ya no me es posible desconectar del mundo y caminar semiperdido por la ciudad escuchando música, ni cruzar una calle sin mirar a ambos lados (como toca) antes de saltar de la acera. Lo que es peor, ahora me crecen los enanos por todas partes: cualquier vagabundo tiene pinta sospechosa, cualquier bulto bajo una chaqueta me huele a que es un arma y, a la más mínima discusión callejera, temo que uno de los dos contrincantes acabe con dos centímetros de plomo en el cráneo; cómo el pobre bombero de West Palm Beach, que sólo volvió a entrar a Wendy’s a por el juguete de su hijo.
Maldita la hora.
[…] Engine Terms” he encontrado la tabla que también adjunto. Resulta que, motivados por mi Post sobre el tiroteo ocurrido hace ya algunos meses en un Wendy’s de Florida, mi querido […]
si pudiste pillar lo que acabaste de decir que una bala en dos segundos puede volartee el craneo y matarte. entonncs eso te deberia tranquilizar, porque si un maldito sopla pollas a parieciera con un arma a diez metro tuyo tendriais tiempo de agacharte y salvarte. mieerda joder serias gilipollas si te dejaras vola los sesos….